Resumen:
Cuando el ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha y su fiel escudero Sancho Panza, desmontan del duro lomo de Clavileño, el alígero potro de madera, artilugio montado por los burlones duques, tienen embargados sus ánimos por confusos sentimientos: para el Caballero de la Triste Figura, la convicción de haber visitado ignotas regiones con tan singular medio de transporte; para el segundo, la intuición de haber sido víctima de un engaño.
El dominio del tiempo y del espacio, formas de existencia de la materia, apenas se halla en ciernes.
Salvo limitados logros conquistados por la humanidad en el espacio cósmico, la dimensión del tiempo, esquiva, permanece indomeñada (salvo cuando el hijo de Nun detuvo el sol y con él, el tiempo en nuestro planeta, amén de la bula papal de Gregorio XIII, en 1582, que se saltó diez días en la historia de la humanidad), a pesar de los presupuestos teóricos sobre la dicotómica relatividad de tiempo/espacio y sus concomitantes big-bang, agujeros negros, teoría de las cuerdas y pasadizos o gusanos témporo-espaciales.
No obstante, para fortuna nuestra, la literatura y el cine (¡y hasta las leyes con sus concepciones de caducidad, prescripción y retroactividad!) sí han alcanzado sus fronteras.
Entonces, ¿por qué no manipular el tiempo y el espacio con estos episodios donde se recrean hechos históricos ciertos, y otros no tanto, conjugándolos con la fantasía y quizás el humor?
De todas maneras, algún conocimiento brotará de su lectura, por inverosímiles que parezcan.
No pido a mis innúmeros lectores (no pasan de nueve) que se desmonten de este Clavileño como lo hizo Sancho del suyo; al menos que, como Quijote, con él experimenten haber visitado poco conocidas regiones y épocas en las vastedades del devenir de la humanidad.